Las instalaciones modifican el ambiente poniendo luz y destacando relaciones estéticamente interesantes entre las formas de la naturaleza o de los contextos humanos dedicados a otros fines, como habitación o trabajo: dan espacio al pensar y permiten el acercamiento conceptual del arte sin prescindir de lo estético.
La exposición de Gianni Capitani “perfora los rincones” del contexto habitable, ya de por sí “perforado” por el tiempo y el desuso. La obra del artista hace emerger, de la fisura obtenida en el tejido de lo real, destellos de luz e infinito, donde la forma se niega a sí misma y se dirige hacia lo inefable como vía de acceso y de experimentación. Pequeñas intervenciones llaman la atención sobre lo que está presente pero no se mira con interés, como pelotas de juego sobre una vieja pared carcomida por el moho del tiempo, donde lo humano y lo natural se enlazan milagrosamente. Santa arquitectura que flota más allá de la función, en un universo de sentido que nutre la mirada y el sueño. O una puerta tapiada, mirada por una silla, donde la esencia de la puerta resalta por la pérdida de uso, y se exalta, de este modo, su valor simbólico de iniciación a la experiencia del tránsito. Desde la puerta negra sale el sueño de una pared enamorada. Un espejo quiebra la visión canónica y une la tierra al cielo. Sombras y ladrillos bailan una danza todavía desconocida.
En las pinturas, el signo es color sobre color, igual pero más denso, y la forma se deshace bajo el efecto de la luz revelando espacios subyacentes y llamando a una atención diferenciada, anómala en un mundo donde es visible sólo lo que grita. La belleza está en el ojo de quien mira, y la belleza que está en el ojo de Gianni Capitani busca también morada en el ojo del visitante que es conducido en este lugar a través de un recorrido de formas que también es un recorrido del tiempo, el tiempo de la vida misma del artista, escrutador del mundo y creador de formas que intentan llevar luz e infinito al mundo limitado de la cotidianidad humana.
Fe, Esperanza y Caridad, las niñas base del alma.
Paolo Quattrini
AQUÍ / 2001
Las construcciones del pasado revelan la cultura, el territorio de lo humano. Acercarse a ellas es hacer arqueología del presente; en ellas está inscrito el esfuerzo del ser por dominar la naturaleza, edificar y habitar.
Las ruinas nos hablan del “aquí” y del “entonces”. El cruce entre el lugar y el tiempo convoca la irregularidad del desarrollo histórico, la intermitencia y titubeos de los problemas artísticos a través de las etapas de la humanidad, como George Kubler señalaba en La configuración del tiempo. Colapsada la noción de lo lineal, y lo histórico y progresivo en la autoconciencia postmodernista, se revela la verdad en la actualización de la ruina.
Gianni Capitani tomó un lugar anexo a la Galería de Arte Contemporáneo y Diseño en Puebla, en el espacio recuperado de San Francisco, restos de construcción industrial de siglos pasados en estado de abandono de enormes proporciones en altura y espacio abierto, huecos y estructuras, paredes desconchadas en humedad, muros derruidos y visible vegetación creciente. Gianni generó una delicada intervención, un despliegue
de recuperación estética muy sutil, tanto que podía pasar casi inadvertida. Esa es la intención, revelar lo que está ahí, ahora. Así es el título de la intervención: “Aquí”. No hay en esto un ademán ostentoso de imposición; al contrario, es una grácil apropiación del lugar. Gianni, con un diálogo inteligente y abierto, no realizó una presentación novedosa o impactante; los recursos utilizados se limitaron al bagaje artístico minimalista, povera
y con referencias muy concretas como cuando evoca a Anish Kapoor, lo cual no implica imitación, sino incorporación de elementos asimilados que se conjugan con los elementos de exploración tentativa que en su justa combinación conforman una meritoria intervención del espacio. El espectador se podía ir adentrando en el lugar y encontrar los elementos artificiales sobrepuestos sobre la arruinada formación constructiva anterior.
Este ir constatando las adiciones que armonizaban con el entorno demandaba la percepción del visitante que podía ir descubriendo la razón formativa de las piezas y colores añadidos al espacio en forma de escultura, pintura e instalación con las que se constataba, al mismo tiempo, el lugar en ruinas que un día desaparecería. Un ritmo de activación secuencial del tiempo pasado con el presente inscrito en las ruinas que en fecha posterior se cubrirían definitivamente como inexorables formas que lo moderno oculta.
Ramón Almela
November 2001/March 2012